Hoy me desperté con un sol que no era el mío.
Un sol mate, turbio, extraño en todo su contenido.
Lo contemplaba en este suelo solitario
seco, todavía dormido,
acariciado por las primeras líneas anaranjadas
de la luz de un nacimiento bienvenido.
Las semillas de mi consciencia
como recuerdos perdidos de pasados días,
no me susurran
como parto de un punto opuesto cada alborecer.
La luz opaca que atraviesa campos de tornasoles
marcando una tierra baldía
anuncian siluetas que sorprendentemente bailan de orto a ocaso,
siendo inmóviles de nacimiento
no teniendo senda, ni camino, ni destino.
Campos de un ambarino infinito,
tocados por una luz ajena, que me recuerdan
cada mañana que ese sol no es el mío.
El campo sigue girando.
La luz puebla el aire de formidables resonancias
contrarias y opuestas.
Miradas amarillas que siguen la cálida luz
con la esperanza de la quietud serena.
La tarde se debilita y los matices de color cambian
con las sombras,
anunciando extrañados el final del día.
Miro curioso ese sol que no recordaré mañana,
mientras se oculta acompañando el ocaso.
Campo de girasoles danzantes
que curiosos giran intrigados siguiendo al dios astro,
preguntándose si mañana al despertar,
evocarán esa estrella,
que por algún motivo hoy les hizo bailar.
Un sol que extrañamente no recuerdan.
Un sol que definitivamente nunca será el mío.